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'Baby Driver': Todo te lo puedo dar incluido el amor, Baby


Baby, así se llamaba el leopardo amaestrado que el personaje de Susan debía entregar a su tía en la maravillosa La fiera de mi niña. Parece que Edgar Wright influenciado por ese romanticismo que desprendía aquella mítica frase cantada por una encantadora e irresistible Katharine Hepburn «que no era más que el estribillo del tema de jazz I Can't Give You Anything but Love, Baby de Jimmy McHugh y Dorothy Fields» consigue que su Baby Driver desprenda amor a raudales. Una excelente cinta de acción con mucho sentido del humor, ritmo y pasión por la música, esto último es lo que da sentido a la vida de Baby «encarnado por Ansel Elgort», un joven aquejado de acúfenos a raíz de un accidente de coche que tuvo con sus padres, siendo todavía un niño. Por tanto, y al igual que ocurría con la cerveza en Bienvenidos al fin del mundo, la música funciona como catalizador y como un mero estímulo que motiva a nuestro protagonista para que logre alcanzar su objetivo «saldar su deuda con el capo de una banda criminal para así poder ser libre y vivir en paz».

Aunque bastante lejos de la sórdida y melancólica nocturnidad de Drive de Nicolas Winding Refn, es el recuerdo más reciente, por temática y semántica, a la que Baby Driver más se acerca. Tan solo hace falta ver esas reuniones para planificar los golpes para darnos cuenta de que Reservoir Dogs es otra fuente de la que bebe este film «y es que Quentin Tarantino es mencionado en la lista de agradecimientos en los créditos finales». Baby Driver, mezclando inteligentemente un noir violento y estilizado a la vez y musical, es clasicismo en estado puro y un puñado de ideas innovadoras que a muchos puede empachar.


Edgar Wright, uno de los pocos directores talentosos del cine comercial, disfruta siendo meticuloso «no hace falta más que ver esa extraordinaria e impresionante secuencia inicial», con concienzudos ángulos y movimientos de cámara, líneas de diálogo, sonido y música encajen de forma precisa, tan bien sincronizados como pasos de una coreografía. Empleando todos y cada uno de sus efectivos y reconocibles recursos visuales para ofrecer un espectáculo de primerísima categoría rodado a la antigua usanza.

Baby Driver es más que acelerador, canciones, derrapes, corazón y tiros, es una estupenda película, con una historia de amor teen que no estorba y con la que el espectador gozará de lo lindo y se divertirá «con la simpática escena en la que Baby entra en un banco con el sobrino del jefe (un Kevin Spacey tan bien en mucho tiempo) disfruté muchísimo», a la que se le puede reprochar cierto descontrol en un clímax final que se alarga demasiado. Hacía mucho tiempo que no deseaba pisar el acelerador tan a fondo.

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